El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)


Conferencia de Yalta (febrero de 1945): Stalin, Roosevelt y Churchill, en vísperas de la derrota de Alemania, diseñaron las líneas maestras que regirían el mundo posterior a la guerra incluyendo la división de Europa en zonas de influencia.

Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en que las viejas potencias europeas, muy dañadas, incluso las victoriosas, tuvieron que renunciar al mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la descolonización, lo que aumentó el número de actores políticos mundiales desde una cincuentena hasta aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.

Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una independencia real, pudiéndose hablar de un neocolonialismo; y una alineación general en dos bloques liderados cada uno por una superpotencia. Tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética habían superado la guerra en condiciones de disputarse la supremacía mundial; carrera en la que los Estados Unidos habían tomado claramente la delantera.[38]

Su enfrentamiento no sólo se debía a cuestiones de equilibrio internacional, sino a sus opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente ideología y propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y económico, que se autodefinía como líder del mundo libre y campeón de la democracia; mientras que la Unión Soviética era presentada como la alternativa totalitaria comunista (estalinismo, Pacto de Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y expansionista, que imponía regímenes de partido único sometidos al centralismo democrático y un rígido sistema económico negador de la libertad económica. La Unión soviética, por su parte, se exhibía como el socialismo realmente existente caracterizado por la colectivización y la planificación estatal, propiciadora de la extensión revolucionaria de las democracias populares que superarían a través de la colaboración y el internacionalismo proletario la sumisión a las viejas potencias o a la nueva encarnación del imperialismo: los Estados Unidos, presentado como una entidad militarista, racista y opresora (macartismo, discriminación racial), y proyectada al exterior por oscuras instituciones (la OTAN, la CIA, la trilateral).
El mundo dividido por la guerra fría en torno a 1959. En rojo la Unión Soviética y sus aliados, en azul los Estados Unidos y los suyos. En verde los territorios coloniales, en vísperas de la descolonización.

Empezó así la Guerra Fría, en la cual las dos potencias renunciaron a exterminarse mutuamente en una guerra masiva total, y en vez de ello empezaron a socavarse mutuamente en sus respectivas áreas de influencia, interviniendo en conflictos de escala menor, regional o continental. Un Telón de Acero (metáfora debida a Winston Churchill) dividió Europa, y por extensión el mundo, separándolo en dos esferas de influencia más o menos reconocibles, amén de varias zonas de influencia disputada, y que pronto se transformaron en puntos de fricción internacional. A esta lógica responden conflictos como la independencia de Israel (1948), el bloqueo de Berlín (1949), la Revolución China (1949), la Guerra de Corea (1950-1953), la intervención de la Unión Soviética en Hungría (1956), la invasión anglofranca contra el Canal de Suez (1956), la Revolución Cubana (1959), el desembarco en Bahía Cochinos (1961), la Crisis de los Misiles (1962), la Guerra de los Seis Días (1967), el aplastamiento de la Primavera de Praga (1968), la Guerra de Vietnam (1958-1975), el golpe de estado contra Salvador Allende (1973), la Guerra de Yom Kippur y la subsiguiente crisis energética (1973), la intervención soviética en Afganistán (1979-1986), etcétera. La renuncia al conflicto total derivaba de que la combinación de dos inventos de la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el misil balístico, hacían imposible que alguien pudiera sobrevivir a un ataque nuclear de represalia, no sólo por la aniquilación en sentido literal que ambos bandos deberían afrontar bajo el fuego nuclear, sino también porque el levantamiento de polvo del suelo por las explosiones generaría un invierno nuclear que oscurecería la Tierra por semanas o quizás meses, interrumpiendo la fotosíntesis y provocando una gran mortandad entre las especies (incluida la humana). A este panorama se le dio un acrónimo de humor negro: MAD ("loco", en inglés), sigla de Mutually Asegurated Destruction ("Destrucción Mutua Asegurada"). Este nuevo orden internacional recibió también el nombre de "equilibrio del terror".
Las nuevas organizaciones internacionales [editar]
Artículo principal: ONU
Sala del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el foro decisivo en las relaciones internacionales desde su fundación, donde las cinco potencias mantienen su derecho de veto: Estados Unidos, Unión Soviética (luego Federación Rusa), China (inicialmente la China Nacionalista de Chang Kai Chek, luego la República Popular China de Mao Tse Tung), Reino Unido y Francia.

En medio de este panorama, se hizo evidente que los grandes problemas de la Humanidad sólo podrían resolverse actuando en conjunto. Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, se reemplazó a este organismo por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual fue fundada en San Francisco en 1945; en 1948 dio un paso simbólico al proclamarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Derecho Internacional, antaño fuertemente soberano, evolucionó también para recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como la justicia universal y el respeto irrestricto a los derechos humanos por sobre las respectivas jurisdicciones nacionales.

Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las naciones, la ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar las condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional del Trabajo (OIT), absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco, la FAO, la Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera.
El "milagro" europeo [editar]

Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente reconocidas de las dos superpotencias, cumplió el papel de escaparate donde competían sus dos sistemas, antagónicos en todos los aspectos (ideológico, político, social y económico). La reconstrucción de posguerra fue muy diferente en cada caso. Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall, un paquete económico de ayuda que los países de la órbita soviética rechazaron, con el argumento de que supondría caer en la dependencia. Como alternativa, fundaron el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios bajo criterios de economía planificada y el liderazgo soviético. La rapidez del desarrollo de Alemania Occidental e Italia justificó el uso de las expresiones milagro alemán y milagro italiano, sólo comparables al milagro japonés. De hecho, las potencias derrotadas experimentaron menos dificultades que Francia o Reino Unido, vencedoras, pero sometidas a traumáticos y prolongados procesos de independencia en sus colonias de ultramar.

La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión comercial de Bélgica, Holanda y Luxemburgo), modelo que se aplicó a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la Comunidad Económica Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres grandes: Francia, Alemania e Italia), ampliada sucesivamente a nueve (Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y quince países (Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó como librecambista e integrador hacia el interior, como la mejor manera de garantizar la convergencia de niveles de vida y la comunidad de intereses que impidiera nuevas guerras (especialmente entre Francia y Alemania, protagonistas de repetidos enfrentamientos desde 1870), mientras que hacia el exterior era fuertemente proteccionista, especialmente en una agricultura generadora de excedentes que garantizaba la estabilidad de la población rural.

La primitiva comunidad económica gestó un germen de unidad política, con la elección de un Parlamento Europeo desde 1979, de competencias ampliadas paulatinamente desde el Acta Única Europea de 1986 y el Tratado de Maastrich de 1992. La incorporación de los países de transición al capitalismo se hizo en dos fases: primero los más desarrollados y estables (en 2004: Polonia, República Checa, República Eslovaca -anteriormente unidas en Checoslovaquia-, Hungría, la ex-yugoslava Eslovenia y las antiguas repúblicas soviéticas de [[Estonia], Letonia y Lituania, -junto a las islas mediterráneas de Chipre y Malta-), y después Rumanía y Bulgaria (2007). La integración de Noruega, negociada en varias ocasiones, se ha pospuesto en cada una de ellas por oposición interna en ese país, que dispone de recursos naturales cuya explotación autónoma podría verse comprometida. La de Islandia, por razones similares (las llamadas Guerras del Bacalao de los años 50 y 70) no se había planteado seriamente hasta la gravísima crisis que afectó a ese país en 2008.

El principal reto económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que incluyó la adopción del euro como moneda común; a la que no todos los países se han sumado. Destacadamente, entre los más reticentes se encuntra el Reino Unido, desde donde se ha popularizado y extendido la expresión euroescéptico. El fracaso en la aprobación de la Constitución Europea ha obligado a reformular en varias ocasiones los proyectos más ambiciosos de aumentar la dimensión política de la Unión.
Descolonización [editar]
Artículo principal: Descolonización

El movimiento nacionalista, que había surgido en la Europa del siglo XIX y se había pretendido imponer como principio de nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones internacionales a partir de los catorce puntos de Wilson (a pesar de lo imposible de su aplicación, como demostró el Tratado de Versalles de 1919 y la difícil existencia de las nuevas naciones de Europa Oriental) se contagió al resto del mundo: a lo largo de los vastos imperios coloniales, más de un centenar de comunidades étnicas tradicionales o meros agregados coyunturales resultado del trazado artificial de fronteras coloniales fueron identificadas como naciones por concienciadas élites autóctonas que empezaron a buscar activamente la independencia.

En 1947, el Imperio Británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto interno, que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India), otro de mayoría budista (Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que posteriormente se independizó el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el sionismo vio llegado el momento de imponer la fundación del Estado de Israel en parte del Mandato Británico de Palestina, iniciando un conflicto de larga duración con la población árabe local (pueblo palestino) y los estados árabes vecinos. Indonesia se independizó de los Países Bajos. La Indochina francesa inició una guerra de independencia que originó el dividido estado de Vietnam, que continuó en guerra civil y con intervención extranjera, en la que los estadounidenses sustituyeron a los franceses (Guerra de Vietnam). Las únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron los pequeños enclaves de Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).

En Africa, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con independencias pactadas y otras en medio de sangrientas guerras, como la guerra de Argelia contra Francia, la independencia de Kenya (Jomo Kenyatta y los Mau Mau) contra Inglaterra, o las guerras de independencia de Angola y Mozambique contra Portugal. La descolonización del Sahara español originó un nuevo conflicto entre el nuevo ocupante (desde 1975 el reino de Marruecos) y el Frente Polisario. El último territorio abandonado por una potencia europea fue la Somalía Francesa (Yibuti, 1977), aunque la última variación fronteriza fue la independencia de Eritrea frente a Somalia.

Todos estos movimientos generaron enormes problemas políticos. En general se aceptó el principio del uti possidetis para delinear a los nuevos Estados, pero sucedió que muchas veces, las fronteras de los dominios coloniales habían sido trazadas para conveniencia de los imperios europeos, separando o juntando etnias y naciones de manera completamente arbitraria. De esta manera, los nuevos estados cayeron pronto en la inestabilidad política o en férreas dictaduras, originando de paso catástrofes sociales tales como el genocidio de etnias minoritarias, o los desplazamientos masivos de refugiados más allá de las fronteras de su país natal. Los dominios coloniales, que habían sido gobernados simplemente para expoliar sus productos, con una atención mínima a las necesidades de las poblaciones nativas, eran más pobres que las naciones europeas, y en medio de las conmociones políticas y guerras civiles, la pobreza empeoró, y con ello las hambrunas y enfermedades. Empezó así a hablarse así de un Tercer Mundo, uno que no entraba ni le interesaba ingresar a la órbita capitalista o comunista, y que luchaba por su propia supervivencia.